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Energía vital contra el cáncer

Antes de mi enfermedad, llevaba una vida des­pre­ocu­pada con mi fami­lia. Éra­mos es­pon­táneos, nos gusta­ba via­jar y tenía­mos muchos pla­nes. Por su­pues­to, tam­bién tra­ba­jába­mos mucho. Fui expe­di­dor y jefe de zona de cua­tro alma­cenes de pin­tura. La pre­sión para ren­dir era grande y los ob­jeti­vos ambi­cio­sos, pero dis­fru­taba mucho de mi tra­ba­jo. Por des­gra­cia, tuve que de­jar mi tra­ba­jo de­bi­do a una her­nia dis­cal. Actual­mente mi empleo está en suspenso.

Mis hijos y mi fami­lia siem­pre han sido muy im­port­an­tes para mí. Me gus­ta jugar al tenis, mon­tar en bi­cic­leta y pin­tar en mi tiempo li­bre. En di­cie­mbre de 2006, cumplí mi an­sia­do de­seo de tener mi pro­pio ate­lier. Ex­puse con bast­ante éxito de vez en cuan­do y soñaba con pre­sen­tar mis cuad­ros a un púb­lico in­ter­nacio­nal. Una ga­ler­ía pro­pia tam­bién estaba en mi lista de planes.

Mi diagnóstico de cáncer, en abril de 2007, hizo añi­cos mis sueños. Fue un hal­laz­go ca­sual. Du­rante la fase de re­ha­bi­li­ta­ción tras mi her­nia dis­cal, los médi­cos se dieron cuen­ta de mis pará­metros san­guín­eos. Mi médi­co de ca­be­cera me exa­minó en­ton­ces de la cabe­za a los pies, pero sin nin­gún hal­laz­go diagnós­tico.

El gine­có­logo tam­poco pudo en­con­trar nin­guna irre­gular­idad. Como tam­bién su­fría ano­ma­lías en la piel, fie­bres y su­do­res, mi médi­co de cabe­cera no se dio por alu­dido. Final­mente, me re­comen­dó que con­sul­tara a un oncó­logo. Este en­ton­ces or­denó una bio­psia de mé­du­la ósea y me pre­paró cui­da­do­sa­mente para la posi­bi­li­dad de una en­ferme­dad mali­gna. Unos días des­pués de Pas­cua, se hizo el dia­gnós­ti­co: La en­ferme­dad de Wal­den­ström.

El anun­cio del "cáncer" lo echó todo por tier­ra. Siem­pre su­puse que el cán­cer no me afec­ta­ría y que vi­vi­ría hasta los och­enta y seis años. Aun­que el oncó­logo me había ad­ver­tido, caí en un pozo muy pro­fun­do. No pue­des pre­par­arte para un dia­gnós­tico así.

No re­cuer­do qué dije ex­acta­mente a mi fami­lia. Sólo re­cuer­do que debí ser muy duro al comuni­car el men­saje, tan duro como lo fui con­migo mis­mo al prin­ci­pio. A pesar de que había­mos ha­blado abierta­mente de todas las even­tuali­da­des de ante­mano, mis fami­liares se que­da­ron atón­itos. Poco des­pués, pre­gunté a uno de los médi­cos por mi pro­nós­ti­co, pero no ob­tuve una res­puesta satis­fac­toria. Se limi­tó a seña­lar que el cur­so de la en­ferme­dad varia­ba de una per­sona a otra y que, por tan­to, no era posi­ble ha­cer una pre­dic­ción se­ria. In­vesti­gué por mi cuen­ta y asis­tí a varios con­gres­os. Los resul­ta­dos mostra­ron clara­mente que mi en­ferme­dad se cali­fi­ca­ba de in­cura­ble y tuve que asu­mir que me queda­rían 3, quizás 5 años. Más tar­de, el oncó­logo me lo con­firmó in­di­recta­mente. Al prin­ci­pio, mi en­ferme­dad sólo se ob­ser­vaba, pero no se tra­ta­ba. Esta forma de tera­pia se llama "espe­rar y ver". Los médi­cos querían ver cómo cam­bia­ba mi esta­do gene­ral para po­der reac­cio­nar in­di­vi­dual­mente en caso ne­ce­sario. Pero a mí me ator­men­taba con­stante­mente la idea de lo que real­mente está­ba­mos espe­ran­do. No ha­cer nada me daba ba­stan­te mie­do. Con­tra cual­quier otra en­ferme­dad se lucha y se tra­ta acti­va­mente, pero a mí me to­caba espe­rar ha­sta que empeo­ra­ra. No podía so­por­tar eso.

Mi médi­co de ca­be­ce­ra me dio final­mente una re­comen­da­ción. A tra­vés de una ami­ga que tam­bién te­nía cán­cer, cono­cía a un tera­peuta que ofre­cía una forma espe­cial de tera­pia. Le agra­decí mucho este con­sejo e in­media­ta­mente pedí una cita. Eso fue en el ve­rano de 2007.

Cuando llegué a la consulta, el tera­peuta me pre­gun­tó por qué creía que pre­ci­sa­mente él podía ayu­dar­me. Esta­ba irri­tada y no sa­bía qué res­pon­der. La si­tua­ción era ter­rible para mí. Se me salta­ron las lá­gri­mas. Des­pués de re­cupe­rar­me, le con­testé que que­ría vol­ver a estar bien y que veía mi espe­ran­za en él. En­ton­ces me dijo que íba­mos a traba­jar en ello y me ex­pli­có las prin­ci­pa­les carac­terísti­cas de su tera­pia. Luego vimos una pelí­cula so­bre el tema "el cán­cer y el siste­ma in­muni­ta­rio", en la que se mos­tra­ba la in­fluen­cia que tiene el pro­pio sis­tema de de­fen­sa del orga­nis­mo en la re­cu­pera­ción de los en­fer­mos de cán­cer. Fue im­pre­sio­nante.

Antes de empezar el trabajo tera­péu­tico en sí, tuve que apren­der la Rela­jación Con­cen­trada. En seis ses­iones apren­dí a sen­tir mi cuer­po y a per­ci­bir con­sciente­mente sus su­per­fi­cies de con­tac­to. Eso me hizo sen­tir bien. Por fin había algo que podía ha­cer por mí y con­tra el cán­cer.

Cuando llegué a la primera sesión in­di­vi­dual, esta­ba muy emo­cio­na­da. Al prin­ci­pio, habla­mos bre­ve­mente, lue­go me di­jeron que me tum­ba­ra en un cómo­do sofá y cer­rara los ojos. Empe­cé el ejer­ci­cio de rela­ja­ción y sen­tí las su­per­fi­cies de con­tac­to de mi cuerpo.

En el si­guiente paso, mi tera­peu­ta prac­ticó con­migo un amp­lio pro­grama. Al prin­ci­pio, voy a mi lugar de paz y se­guri­dad in­te­rior. A con­ti­nua­ción, dejo que mi cora­zón lata de for­ma tran­quila y uni­forme y bom­bee san­gre ri­ca en oxí­geno a to­das las re­gio­nes de mi cuer­po. A con­ti­nua­ción, envío san­gre ca­liente mez­cla­da con anti­cuer­pos a tra­vés de las siete vér­te­bras cer­vi­ca­les hasta la par­te su­per­ior del crá­neo y lue­go al­re­de­dor de los glo­bos ocu­la­res. Una vez hecho esto, atiendo a las mucosas, el esternón y los riñones. Los estimulo para que eliminen todas las toxinas y pro­duz­can el fac­tor de cre­ci­mien­to eri­tro­poye­tina. A con­ti­nua­ción, ob­servo el in­tes­tino del­ga­do, re­cor­ro cada una de las asas in­tes­ti­nales y me ase­guro de que la pared in­tes­ti­nal re­ci­ba un su­mini­stro de san­gre efi­caz.

A con­ti­nua­ción, en­vío la san­gre a los hom­bros y, con­cre­ta­mente, al hom­bro de­recho. En 2009 tuve una in­fla­ma­ción en la bur­sa de esa zona, pero pu­de cu­rar­la yo mis­mo per­fun­dien­do con­sciente­mente la re­gión. En el si­guien­te paso, me oc­upo men­tal­mente del te­jido cica­tri­zado que me dejó el puerto. A veces siento dolor allí, pero si cuido bien la cicatriz, es agra­dable y flex­ible y estoy li­bre de sín­to­mas.

A con­ti­nua­ción, me di­ri­jo a la co­lum­na verte­bral para mo­vi­li­zar la mé­du­la ósea con el fin de fa­bri­car gran­des gló­bu­los ro­jos y fuer­tes cé­lu­las de de­fen­sa. Una vez hecho esto, me di­ri­jo su­cesi­va­mente a la pel­vis, las pier­nas y los pies. Cuando todo está bien aba­ste­ci­do de san­gre, me di­ri­jo a la piel y dejo que la san­gre fres­ca fluya tam­bién por ella. Al mismo tiem­po, cal­mo los mas­to­ci­tos de las de­fen­sas de mi cuer­po y les di­go que no hay por qué mo­le­star­se. El pro­blema es que reac­cio­nan con sen­si­bi­li­dad a cier­tas sus­tan­cias men­sa­je­ras, se agran­dan mucho y esta­llan. Esto se ma­ni­fiesta en­ton­ces en de­sa­gra­da­bles erup­ciones cu­tá­neas.

A con­ti­nua­ción, sa­lu­do a mi glán­du­la del timo. Ten­go una ima­gen en mi mente como si dos per­so­nas se abra­za­ran ami­sto­sa­mente. Digo que ahora em­pe­za­mos con la de­fen­sa real con­tra el cán­cer. La glán­dula del timo es res­pon­sable de la pro­duc­ción de célu­las de de­fen­sa. Una vez que me di­ri­jo a ella, pro­duce con mayor efi­ca­cia. In­struyo a las célu­las de de­fen­sa para que vayan al sis­tema lin­fá­ti­co y a la mé­du­la ósea y allí ata­quen vi­go­rosa­mente y con una com­pos­tura con­sis­tente y des­tru­yan las célu­las can­cero­sas exi­sten­tes.

Siempre me marco el objetivo de con­se­guir de­ter­mi­na­dos va­lores san­guín­eos. Así tengo un ob­je­ti­vo en men­te que puedo per­se­guir. Veo las célu­las de de­fen­sa de forma di­fer­en­te. Siem­pre ado­ptan formas di­fer­en­tes. A ve­ces las veo como algo­don­es blan­cos o nu­bes. Los fa­go­ci­tos fe­me­ni­nos lle­van las célu­las can­cero­sas a una tri­tu­ra­dora para des­tru­ir­las. Los res­tos son trans­por­ta­dos a los riñon­es y eli­mi­na­dos del cuer­po. Las célu­las ase­si­nas mas­cu­linas se comen li­te­ral­mente las partí­cu­las de cán­cer.

Cuando recorro mentalmente mi sis­tema lin­fá­ti­co, em­piezo por la zona de la gar­gan­ta y sigo por los hom­bros y las axi­las hasta el ester­nón y de ahí al abdo­men. Lo miro to­do con aten­ción. La mayo­ría de las veces re­co­noz­co las célu­las can­cer­osas como estruc­turas ne­gras. Si veo algo sos­pecho­so, le digo a la glán­du­la del timo que ne­ce­si­ta­mos ayuda y, en con­se­cuen­cia, más célu­las de de­fen­sa. Cuando mis célu­las ase­si­nas luchan con­tra el cán­cer, a me­nu­do veo llamas. En­ton­ces puedo sen­tir el ca­lor en térmi­nos reales.

A continuación, paso por la mé­du­la ósea. A veces ob­ser­vo a una pan­dilla de mo­nos que se arre­mo­lina al­re­de­dor de mis vér­te­bras, agar­rando y comien­do las célu­las can­cero­sas. Vigil­ando al gru­po hay un viejo ba­buino que amone­sta a los demás para que pres­ten atención en cuanto se desconcentran. Cuando termino con la médula, le pregunto a mi consejero interior si tiene un mensaje para mí. Lo veo como Piolín, el pajarito amarillo. El último men­sa­je que me dio fue: "No te ade­lan­tes, y de­be­rías tomar­te más tiem­po para ti". Tam­bién me dijo que esta­ba de vaca­cion­es y luego le vi tum­ba­do en una li­tera al sol. Al prin­ci­pio, siem­pre iba con pri­sas. Ahora está más re­la­jado. Me lo tomo como una señal de que mi si­tua­ción se ha esta­bi­li­zado y la tera­pia está fun­cio­nando.

Finalmente, me imagino de vuelta en mi lu­gar de paz y se­guri­dad in­te­rior. Para mí, es un lu­gar junto al río Oder. Me siento allí y miro re­la­jado hacia Po­lo­nia. Todo está muy tran­quilo; sólo oigo el can­to de los pá­ja­ros. Poco des­pués del dia­gnós­tico, fui a dar un pa­seo aquí con mi fami­lia. Es el lu­gar don­de de­ci­dí ven­cer al cán­cer. Unos mi­nu­tos des­pués, dejo que las imá­ge­nes se des­va­nez­can, me des­pierto lenta­mente y me llevo la buena sen­sa­ción al día en­tero.

A pesar de mis experiencias po­si­ti­vas, tam­bién tu­ve que afron­tar con­tra­tiempos. Un año des­pués del dia­gnós­tico, mi esta­do gene­ral y mis va­lo­res san­guín­eos se deter­iora­ron. En ese mo­men­to, me en­con­tra­ba físi­ca­mente ba­stante mal. Ape­nas po­día su­bir esca­le­ras e in­clu­so guar­dar el lava­va­jillas me su­po­nía un gran es­fuer­zo. Me des­plomé va­rias ve­ces. En­ton­ces mi tera­peuta me dijo: "Señora Paul, nece­si­ta quimio­tera­pia ahora". Me dieron dos cic­los, pero no tu­vieron el éxi­to de­seado.

Poco después, mi oncólogo me su­gi­rió que cam­bia­ra de sustan­cia. Por su­pues­to, acep­té. Des­pués del pri­mero de los seis cic­los, se me dor­mían las manos y los pies, y ade­más tenía la con­stan­te sen­sa­ción de que ca­mina­ba so­bre al­go­dón. La quimio­tera­pia vol­vió a cam­biar de com­po­si­ción. Tras la sex­ta in­fu­sión, el oncó­logo sus­pen­dió la tera­pia por­que mis va­lo­res san­guín­eos no ha­bían me­jor­ado des­de la quinta dosis de medi­ca­ción. En su opi­nión, otra in­fu­sión sólo ha­bría cau­sado daños en los ór­ga­nos sin des­truir el cán­cer y sin me­jor­ar signi­fi­ca­tiva­mente mi cali­dad de vida.

Antes de la terapia, cada vez envolví men­tal­mente las raí­ces de mi pelo con una espe­cie de gorro de baño des­de mi in­te­rior y con­se­guí, que no se me ca­yera el pelo. Traté mis ór­ga­nos con una capa de espu­ma para pro­te­ger­los del vene­no. Estas ima­gi­na­ciones me ayu­da­ron a pro­te­ger zonas de mi cuer­po que, de otro modo, pro­ba­ble­mente ha­brían su­fri­do la quimio­tera­pia. Estoy se­gura de que mis medi­das man­tu­vieron a raya los efec­tos se­cun­da­rios ge­ne­rales.

No fue hasta unos meses después cuando mis va­lo­res san­guín­eos me­jo­ra­ron de forma no­ta­ble. Mi oncó­logo du­da­ba del tra­ba­jo de su la­bo­rato­rio. Aunque sa­bía que mi tera­pia era con­sis­tente, pre­fe­ría creer en los error­es del la­bo­ra­torio antes que en su efi­ca­cia. Me sentí pro­fun­da­mente in­com­pren­dida y no toma­da en serio, así que bus­qué otro oncó­logo.

En abril de 2009, tuve que acu­dir a la clí­ni­ca por fre­cuen­tes ata­ques de fie­bre, ya que los médi­cos temían el brote de una nueva en­ferme­dad como con­se­cuen­cia de la quimio­tera­pia. Sin em­bar­go, al cabo de un tiem­po me dieron el alta sin en­con­trar una ex­pli­ca­ción a los epi­so­dios. Ahora en­tien­do estos ata­ques como una reac­ción útil de mi cuer­po, que acepto gusto­sa­mente, por­que sé por mi tera­peuta que al cán­cer no le gus­tan las al­tas tem­pe­ra­turas.

Además de la terapia in­di­vi­dual, prac­ti­co en casa una o dos ve­ces al día. Tam­bién parti­ci­po en sesion­es de gru­po. Al prin­ci­pio me po­nía ner­viosa por­que me sen­tía in­có­mo­da ha­blan­do de mi en­ferme­dad de­lante de los demás. Tam­bién me re­sul­ta­ba di­fí­cil con­cen­trar­me en el ejer­ci­cio en pre­sen­cia de otras per­sonas. Sin em­bar­go, creo que los gru­pos son muy úti­les y me dan apoyo.

Es agradable poder inter­cam­biar ideas con per­son­as de ideas af­ines. Cuando veo lo bien que le va a la gen­te de mi gru­po, ten­go la espe­ran­za de que a mí tam­bién me vaya así. Mi fami­lia está ent­usias­mada con mi tera­pia. Mis hijos tam­bién están muy in­te­resa­dos y quieren par­ti­ci­par pron­to en un taller de fin de se­mana para famili­ares. Me pre­gun­tan re­gu­lar­men­te cómo me va y ha­sta qué pun­to se han norma­li­za­do mis va­lor­es san­guín­eos.

Al principio de la terapia, mis ima­gi­na­ciones eran mucho más agre­si­vas que hoy. Había co­he­tes, ca­ñon­es y bo­las de fuego. Otras ve­ces veía las ba­ta­llas den­tro de mí como un gran y san­guina­rio comer y ser co­mido. Hace al­gún tiem­po des­cubrí a Sher­lock Hol­mes den­tro de mí, bus­cando célu­las can­ce­rosas con una lupa. Para mí, esto es una señal de que el nú­me­ro de célu­las can­ce­rosas ha dis­minui­do y que, por tanto, son más di­fí­ci­les de de­tec­tar. A ve­ces tam­bién ima­gino un ojo in­ter­ior que busca amena­zas. En los últi­mos tres años, he pin­ta­do muchas de mis ima­gi­na­ciones. Entre tan­to, ten­go más de dos­cien­tos cuad­ros de tera­pia. Lo espe­cial es que los pin­to con la mano iz­quier­da, como se acon­seja, aun­que soy diestro.

Gracias a la psicoterapia, vuelvo a sen­tir­me bien. Tam­bién atri­buyo el hecho de haber sa­li­do re­la­ti­va­mente in­demne de la qui­mio­tera­pia prin­ci­pal­mente al tra­ba­jo con mi tera­peuta. Me he fi­jado nuevos ob­je­ti­vos y he en­con­tra­do el va­lor para afron­tar la vida de nuevo. Ahora puedo ha­cer por mí mis­ma co­sas para las que hace tiem­po ne­ce­si­ta­ba ayuda. Ahora tam­bién estoy más re­la­ja­da con res­pec­to a mis mie­dos. Eso era im­pen­sable ha­sta hace un año.

En este momento creo que la si­tua­ción de mi en­ferme­dad es esta­ble y que ten­go todo bien con­tro­la­do. Mis va­lo­res san­guín­eos han lle­ga­do ahora a 600 IgM, entre­tan­to tenía 6.500 IgM, lo normal es de 200 a 250 IgM. Ahora mi tera­peuta y yo nos di­ri­gi­mos a la mar­ca de cuatro­cientos.

Recomiendo no sólo con­fiar en la medi­cina con­ven­cional, sino tam­bién pro­bar métodos alter­na­ti­vos. Es im­por­tan­te es­cuchar a tu yo in­te­rior. Acon­sejo a las per­son­as a las que se les acaba de dia­gnos­ti­car un cán­cer que no aga­chen la ca­be­za y luchen. En nin­gún caso hay que per­der la con­fian­za y de­jar­se caer de­fi­ni­tiva­mente.